Ella marcaba el paso con sus muecas unísonas, y sus manos frías como el silencio en una mañana de domingo, el cigarrillo se consumía sobre su mentón con delicadeza mas sus ojos dejaron de brillar cuando olvido como amar, se levantaba desnuda y su contorno sobre la ventana no era mas que el regazo de recuerdos pasados; seguía siendo bella pero no lo sabia, lo había olvidado como tantas otras cosas, como tantas palabras que se olvidan, como tantas risas que se guardan, como tantas caricias que se esconden como tantas noches que deseaba solo abrazar. Miraba el piso y tomaba sus cabellos con ambas manos formando un juego de márgenes delimitados, su rostro pueril y su pulso delicado; no era mía ni suya, no era del tiempo y no correspondía a este mundo inestable, en nuestro mundo inestable, nuestro juego masoquista de amor y desventura, se iría con la llegada del sol, ya lo sabía. Esa madrugada no dijo nada, ya nunca decía nada, no estaba para mi, me beso solo una vez y me miro solo dos, si pudiera contar cuanto la necesitaba no tendría cifra valida para aquella cuenta taciturna de rojos quebrados y lagrimas derramadas, entre las sabanas queda solo su olor, oí la puerta como se cerraba a sus pasos apurados, y ella mientras se alejaba pronuncio un adiós, el cual nunca escuche pero claramente entendía.